Antes de seguir adelante querría hacer hincapié en la premisa, para mí esencial, de que a los padres les incumbe educar a sus hijos. Son ellos los que han de escoger colegios y pautas de comportamiento social, moral y de fe religiosa, en cuyo marco desean la formación y el desarrollo de conocimientos que habrán de ser transmitidos a sus hijos. Ellos son, en resumen, los principales sujetos de la acción educadora. Al estado y a la Escuela les corresponde papeles bien distintos y definidos; que no han de contravenir ni mucho menos complicar, la fundamental y ya de por sí difícil tarea que tiene todo buen padre y madre de familia de educar a sus hijos. Y no malcriarlos, a lo que , sin querer- claro está - tendemos cuando les damos casi todo lo que nos piden, no los corregimos a tiempo , les reímos todas las gracias, justificamos o no queremos ver lo que hacen mal, nos avergüenza hablarles de Dios y de todo lo intangible o espiritual , incluida su alma...
Al estado le correspondería garantizar, asegurar, a todos los ciudadanos - a todos los papás y mamás - lo puedan hacer y para ello brindarles una gama de escuela(*), pública o privada, en cuyos centros los educandos puedan ser formados, moldeados, a tenor de los criterios y valores que los que los trajeron al mundo y residen en este país llamado España, en el ejercicio responsable de su paternidad, quieran hacerlo. Parece lógico, ¿verdad? Pues, no ocurre así. (*)
En cuanto a la Escuela, considero es el lugar o establecimiento donde se imparten las enseñanzas del conocimiento general, así como de los valores y principios morales comunes y los específicos de determinadas confesiones religiosas. En España tienen- gozan- los colegios de curas y monjas-de una positiva y tradicional fama de buena transmisión del conocimiento. Seguro que, alguna vez, se recuerda haber oído o dicho " éste fue a los curas", en reconocimiento de la valía mostrada en conocimientos por alguno que estudió en un colegio religioso. Y para buen ejemplo, casi toda la élite política, tanto de los llamados de derecha como los de izquierda, educados en colegios religiosos.
En fin, ¡ardua tarea es la de educar a un niño o joven correctamente, en la verdad y en el respeto consigo mismo y hacia los demás, que les permita llegar a ser persona digna! Así, pues, en lugar de obstaculizar y dificultar, simplifiquemos y facilitemos la tarea de los padres del ciudadano del futuro.
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(*) Una vez más quiero señalar lo que particularmente considero una de las mayores tropelías soportadas por el ciudadano español de a pie: la intromisión del Estado en la elección de centro de educación para sus hijos. Practica extendida por ley por toda la geografía nacional. Me remito al artículo publicado por El mundo, “Yo delinco por el colegio de mis hijos”. Me pregunto a qué esperan instituciones, como por ejemplo el Defensor del Pueblo, o alguna plataforma cívica, para contestar y denunciar esta arbitrariedad.
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