Hoy, 18 de julio de 2017, quiero exponer mis particulares
consideraciones sobre estos compulsivos cuarenta últimos años de la historia de
esta España de mis amores y desamores. Época que se inicia tras la muerte en su cama del dictador Franco, y en la que, los de a pie,
las estamos viendo de casi todos los colores del arco iris, desde el verde esperanzador de los
primeros tiempos de la recién instaurada democracia; pasando por los rojos
de las numerosas y deleznables acciones terroristas de la criminal ETA, de las
del GRAPO, los asesinatos del GAL, por las víctimas del magno atentado terrorista atribuida a unos integristas islámicos (¿?) el aciago 11 de marzode 2004. Y también, aunque en tono menor, por las cifras negativas (números rojos) de los déficits y deudas de lasadministraciones públicas que tan nefastos efectos sobre el conjunto de la
población tiene. Así como, por qué no, el rojo de la vergüenza
nacional por el desprestigio de nuestras instituciones incapaces de defendernos de todos aquellos que nos han conducido a la ruina económica, pero principalmente
moral, arrastrados por los desafueros de unas élites entronizadas en los
centros de poder político-económico de España.
Los escalados marrones brindados por los múltiples escándalos
económico financieros, las corrupciones, fraudes y demás hechos de índole similar que hemos conocido a
lo largo y ancho de la piel de toro, en
los que hemos visto, vemos( y, seguramente, veremos) involucrados a personajes
en apariencia de elevada solvencia económica y moral del ancho espectro político,
económico, social y cultural.
El gris representado por la
opacidad y, en muchos casos, total falta
de información veraz en tiempo real por parte de nuestros tan parciales medios
de comunicación, alineados en derechas e izquierdas, aunque en la práctica,
con pocas excepciones, trabajan silenciosamente, sumisos al poder de turno y
lugar. Así como el amarillo que también algunos de ellos imprimen a la
información, magnificando y exaltando hechos intrascendentes y a personajes de
escasa entidad y nula catadura moral.
El morado lo contemplamos cuando vemos la codicia avariciosa de los que tienen mucho y se afanan en
aprovecharse de los demás, estrujándolos, a pesar de que éstos tienen mucho
menos que ellos, y, como vulgarmente se dice, “se ponen morados” acumulando riquezas
y prebendas múltiples y abundantes para sí y los suyos. Son insaciables.
Pero, desgraciadamente, en estos momentos, pienso que quizás el color negro sea el imperante en el ánimo de muchos españoles, ante las perspectivas nada halagüeñas que nos
ofrece el futuro incierto fruto de todo lo antes expuesto y aumentada la
intensidad del tono por el desafío soberanista del grupúsculo de
independentistas que controlan las instituciones y organismos de gobierno de la
Comunidad catalana, empecinados ya desde hace unos cuantos años en la ruptura de los tradicionales lazos de unión de las gentes de España.
Así, pues, echo en falta el azul que representa la
lealtad, la confianza, la sabiduría, la justicia, la inteligencia, la fe, la verdad y el Cielo
Eterno. Y, también, el blanco, color asociado a la luz, la bondad, la
inocencia, la pureza y la virginidad, símbolo de seguridad, pureza y limpieza,
que a diferencia del negro, tiene una connotación positiva.
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