Hoy, de nuevo, nuestras MARGINADAS víctimas
DEL TERRORISMO SE VEN OBLIGADAS A SALIR A LA CALLE PARA
TRATAR DE CONCIENCIARNOS (MAS BIEN CONCIENCIAR A LOS QUE NOS GOBIERNAN) EN PRIMER LUGAR DE SU EXISTENCIA. ELLOS Y
ELLAS ESTAN, EXISTEN Y SON CONSECUENCIA DE UNA ACCION CRIMINAL. ACCION CRIMINAL PARA LA QUE
RECLAMAN JUSTICIA, ES DECIR, IMPARCIALIDAD, EQUIDAD, FIRMEZA, RECTITUD, MORALIDAD,
SEVERIDAD, RAZÓN, DERECHO…qUIERO, PUES,
UNIRME A ELLAS Y CON ESTE FIN REPRODUZCO ESTOS VIEJOS COMENTARIOS REALIZADOS HACE YA UNOS AÑOS EN SU DEFENSA Y APOYO:
MARTES, 9 DE
AGOSTO DE 2011
La
coincidencia de la lectura de Las
flores de Hiroshima de Edita Morris, que trata la penosa situación en que
viven los supervivientes de la bomba atómica
arrojada el 6 de agosto de 1945 sobre aquella ciudad, con la bomba de
Santa Pola, último crimen de ETA, me ha hecho reflexionar sobre la extraña y según parece general reacción
de la sociedad moderna respecto a las víctimas, que creo son excluidas y
relegadas, tanto las que sufren daños físicos como sus allegados, cónyuges,
padres, hijos... todos ellos víctimas por un igual, envueltos por un fatídico
destino y para los cuales el acto terrorista es sólo el inicio de un sinfín de
tribulaciones y agravios por las secuelas físicas y especialmente por las
psíquicas y las morales.
¿Qué hace la
sociedad por ellos? Salvo contadas excepciones, por ser o haber sido personaje
público, se convierten en un dato estadístico o simple recuento histórico. Nada
más. En Hiroshima, como aquí, nos ceñimos a conmemorar los hechos y enumerar
los muertos, y obviamos acercarnos a los que sobrevivieron, a conocer su
inmediata realidad, cómo afrontan las graves secuelas, cómo viven, cuántos son
y, principalmente, exigir el castigo, sin paliativos, de los culpables.
Tras un
nuevo acto terrorista, nuestra solidaridad se reduce al general clamor de
condena y petición de mayor eficacia en la prevención y en la persecución de
estos delitos. Mientras, las fuerzas políticas se enzarzan en polémicas y
disquisiciones con argumentos y razones partidistas, lejanos al verdadero fondo
de la cuestión: el aumento de las víctimas y de la confianza de los culpables
en que sus acciones permanecerán impunes o, en el peor de los casos (para
ellos) de disfrutar de una cómoda y tranquila estancia en una cárcel que
nuestro régimen penitenciario les hace benigna y favorable.
Pienso que la
sociedad tiene una enorme deuda que saldar con las víctimas. ¿Cómo?
Castigando con rapidez, equidad y justicia a los responsables, los que fueren.
Aplicar con rigor y severidad nuestro ordenamiento jurídico sin ningún tipo de
privilegio ni distingo para los agresores y su entorno y exigir que se destinen
(y lleguen) indemnizaciones y ayudas públicas, económicas y no económicas,
tanto para las víctimas como para los suyos. Estamos obligados.
jueves,
13 de marzo de 2008
Leyendo los diversos comentarios y
noticias suscitados en torno al tema de las víctimas del terrorismo, luego de la exitosa
manifestación convocada por la AVT el pasado 4 de junio, he recordado una
novela corta, escrita por Edita Morris, Círculo
de Lectores, 1962, leída hace unos años.
El suave gozo, - así lo recuerdo- experimentado tras su lectura me resultó muy chocante con el tema del libro. Aborda éste la incomprensible situación de rechazo y marginación que - quince años más tarde- soportaban las víctimas supervivientes de la primera bomba nuclear arrojada por los norteamericanos sobre la ciudad japonesa de Hiroshima el 6 de agosto de 1945, "la cual quedó destruida y 80.000 personas murieron o quedaron gravemente dañadas por efecto de la radioactividad" (Pequeño Espasa, 1989).
Su autora, Edita Morris, pretende con su testimonio denunciar los problemas y las condiciones de vida en que se hallaban entonces (esperemos sea situación pasada) todos aquellos seres. Casi olvidados u olvidados por parte no sólo de sus conciudadanos sino de sus compatriotas y del mundo en general. Estos modernos leprosos, víctimas fortuitas de la sinrazón humana, denuncia Morris, en lugar del merecido resarcimiento por los males a ellos infringidos, han hallado silencio, desprecio y desconsideración real y objetiva de sus dolencias y de sus necesidades, físicas y psíquicas. Subsistiendo apartados, casi escondidos de sus conciudadanos. Postura concebible por el interés colectivo para conseguir las ayudas condicionadas por los norteamericanos a que no trascendiese la magnitud real de la catástrofe provocada. ¡Vaya!
Edita Morris nos relata con dulzura y mucho sentimiento las diversas facetas y aspectos del drama de las víctimas de Hiroshima a través del personaje principal y protagonista de la novela, Yuka, una joven esposa, madre, hija y hermana de alguno de aquellos seres sacrificados o afectados posteriormente por los efectos derivados de la explosión atómica. Es un libro ameno que vale la pena leer para acercarnos a ese ámbito inconcebible de sacrificio y dolor gratuito. Mundo en el cual unas personas se ven sumidas fortuitamente por razones, conflictos no implícitamente propios y, posteriormente, en aras del interés del resto del colectivo al cual pertenecen son, una y mil veces más, nuevamente sacrificados, bien mediante el olvido, o la no reivindicación de sus derechos, o la no persecución ni castigo de los ejecutores de su mal. ¡Qué triste! y también, ¡qué injusto!
http://estaticos.elmundo.es/elmundo/2002/graficos/ago/s1/santapola.pdf
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