La continua llegada de inmigrantes africanos, a bordo de miserables barcazas, trae a mi memoria dos de los libros leídos estos últimos tiempos sobre el manido tema de la piratería y su condenada variante del tráfico de personas. Uno de estos libros es "Pedro Blanco, el negrero", del cubano Novás. Una documentadísima novela basada en el gaditano Pedro Blanco, un personaje real. Obra en la que se describen los emporios negreros, entramados, emplazamientos, circuitos, puertos y antros internacionales de una época situada en el siglo XIX. Cuando el tráfico de esclavos negros había sido formalmente declarado ilegal y los vividores de este vil negocio tuvieron sus más altas ganancias. Por cierto, origen de algunas de las fortunas de los de este lado del mar, emigrantes entonces en las Américas. El otro libro es la novela "Piratas" de Vázquez Figueroa.
Estas noticias muestran, para bochorno colectivo, la persistencia en este siglo XXI de una de las más execrables lacras de la Humanidad. El ser humano considerado y tratado como mercancía despreciable, sin apenas valor económico, y, sobretodo, nulo en cuanto a la consideración y estimación que le corresponde como criatura de Dios. Un congénere de naturaleza y dignidad idénticas a la propia.
Estas noticias muestran, para bochorno colectivo, la persistencia en este siglo XXI de una de las más execrables lacras de la Humanidad. El ser humano considerado y tratado como mercancía despreciable, sin apenas valor económico, y, sobretodo, nulo en cuanto a la consideración y estimación que le corresponde como criatura de Dios. Un congénere de naturaleza y dignidad idénticas a la propia.
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