Me estoy refiriendo a los dos “desaparecidos”, que así se les quiere seguir llamando a los dos emigrantes ecuatorianos que, con casi toda probabilidad, habrán muerto; asesinados por los ejecutores del brutal, salvaje, horrendo y, por ahora, último de los atentados cometidos por la banda criminal ETA. Poco se está hablando de estos desaparecidos. Uno de 35 y el otro de sólo diecinueve años. Sin embargo, ambos llevan o llevaban ya, varios años aquí en España. Su realidad puede ejemplificar la de muchos. Personas que luchan para ‘lograr’ una mejora de sus condiciones de vida, la propia y la de los suyos. Aunque para ello se vean precisados a marchar de su país y vivir en otro bien distinto y distante. En muchos casos, obligados a la realización de los más humildes empleos y tareas, por remuneraciones bajas y a veces hasta inferiores a las que los nacionales del país recibirían por igual trabajo.
Los desaparecidos, Carlos Alonso y Diego Armando, en el atentado de la T-4, son (eran) ecuatorianos. Nacionalidad de la mayoría de la población emigrante actualmente en España. Como también eran de esta nacionalidad, creo recordar, muchas de las víctimas de los atentados del aciago 11 de marzo de 2004, en Madrid.
Me pregunto por qué los familiares, compatriotas, amigos y compañeros de trabajo, vecinos, etc. de estos hispanos, que comparten vida y problemas con nosotros, no son objeto de programas especiales y entrevistas que les permita contarnos sus particulares impresiones, sobre este suceso, de sus condiciones de vida, quimeras, aceptación o rechazo que reciben, su día a día, etc. Buena ocasión, ¿no?
Los desaparecidos, Carlos Alonso y Diego Armando, en el atentado de la T-4, son (eran) ecuatorianos. Nacionalidad de la mayoría de la población emigrante actualmente en España. Como también eran de esta nacionalidad, creo recordar, muchas de las víctimas de los atentados del aciago 11 de marzo de 2004, en Madrid.
Me pregunto por qué los familiares, compatriotas, amigos y compañeros de trabajo, vecinos, etc. de estos hispanos, que comparten vida y problemas con nosotros, no son objeto de programas especiales y entrevistas que les permita contarnos sus particulares impresiones, sobre este suceso, de sus condiciones de vida, quimeras, aceptación o rechazo que reciben, su día a día, etc. Buena ocasión, ¿no?
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