La lección que en su día dio al mundo la editora Katherine Graham, viuda y sucesora del anterior editor del Diario Washington Post, sigue vigente. Independientemente de que el resentido que soplara información a los periodistas fuese un tal Felt; apodado Garganta Profunda o Periquito de los Palotes; como quizás le llamáramos aquí al soplón de turno.
La lección dada por el WP ( su editora, su director Bradlee y los dos periodistas Woodward y Bernstein) estuvo en no olvidar los principios de la profesión periodística. Consistentes en decir la verdad, llevar la noticia cierta hasta la opinión pública, sin omisiones ni adulteraciones e indiferentemente de quienes fueran sus protagonistas. Es decir, defender y mantener su compromiso con la "verdad" y con los lectores. Esto que suena tan bien, no es tarea fácil en ninguna parte. Menos aún cuando están en juego los intereses de los grandes grupos empresariales y/o los de sus inmediatos subalternos, los políticos y poderes públicos. Días atrás, cuando saltó la noticia a la palestra informativa, se habló muchísimo del soplón, su identidad, lo que fue y es hoy: un anciano que con la venta de la exclusiva asegura un montón de verdes billetes a sus hijos. También de los dos periodistas que cubrieron el caso "Watergate". Pero se ha omitido u olvidado - intencionadamente o no ¿quién lo sabe? - rememorar los litigios judiciales que tuvo que afrontar el WP en lucha con el gobierno de su país para continuar con lo que entendían como su deber, OBLIGACION, de informar toda y nada más que la verdad.
La lección dada por el WP ( su editora, su director Bradlee y los dos periodistas Woodward y Bernstein) estuvo en no olvidar los principios de la profesión periodística. Consistentes en decir la verdad, llevar la noticia cierta hasta la opinión pública, sin omisiones ni adulteraciones e indiferentemente de quienes fueran sus protagonistas. Es decir, defender y mantener su compromiso con la "verdad" y con los lectores. Esto que suena tan bien, no es tarea fácil en ninguna parte. Menos aún cuando están en juego los intereses de los grandes grupos empresariales y/o los de sus inmediatos subalternos, los políticos y poderes públicos. Días atrás, cuando saltó la noticia a la palestra informativa, se habló muchísimo del soplón, su identidad, lo que fue y es hoy: un anciano que con la venta de la exclusiva asegura un montón de verdes billetes a sus hijos. También de los dos periodistas que cubrieron el caso "Watergate". Pero se ha omitido u olvidado - intencionadamente o no ¿quién lo sabe? - rememorar los litigios judiciales que tuvo que afrontar el WP en lucha con el gobierno de su país para continuar con lo que entendían como su deber, OBLIGACION, de informar toda y nada más que la verdad.
Obviamente, España no es EEUU de Norteamérica. País este último, donde están bien definidos los ámbitos e incumbencias de los diferentes poderes públicos (ejecutivo, legislativo y judicial). Los cuales funcionan independientemente. De este modo, la espléndida labor de investigación periodística del Washington Post pudo ser proclamada, teniendo el mérito de denunciar, con veracidad y contraste riguroso, la ilegalidad y el abuso de poder ejercido por el entonces presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Richard Nixon. Quien, acosado por las evidencias, tuvo que dimitir. En síntesis: no fue un mero soplón resabiado quien hizo caer al hombre que ocupaba el puesto de la institución más alta del país más poderoso del presente histórico. Sino una sencilla mujer, la editora del W.P, "alma mater" del tema, impulsada por sus arraigados valores éticos de verdad y compromiso con sus lectores. Misión que pudo ser llevada a cabo por la existencia allí de un verdadero e independiente sistema de Justicia, sostenedor ciego de un imparcial equilibrio.
Reproduzco a continuación breve semblanza de K. Graham escrita por Fontán
“…Katharine, editora (publisher) y principal propietaria de «The Washington Post», había escalado el Olimpo de la prensa mundial con amplio merecimiento por sus años de responsabilidad periodística, en los que sobresalen tres hechos principales. Primero, su decisión de asumir a la muerte de su esposo la dirección de una gran empresa que estaba en números rojos. El segundo, que en realidad fueron dos, la resolución de publicar en su periódico en 1971 los documentos del Pentágono sobre la Guerra del Vietnam y, un año después, la información sobre el «Watergate». Los «papeles» dieron lugar a un enojoso proceso que podría haber terminado con la condena por traición del diario y de sus redactores, que finalmente obtuvieron una sentencia favorable del Tribunal Supremo de los Estados Unidos. «Watergate» acabó con la dimisión, por primera vez en la historia, de un presidente norteamericano. Por fin, la tercera obra de Kay Graham fue la consolidación del conjunto empresarial de «The Washington Post», que es un diario de referencia en todo el mundo y la cabecera de uno de los más importantes conjuntos mediáticos de América. Graham no fue nunca periodista de pluma o de ordenador. Quizá en su autobiografía (Premio Pulitzer de 1998) le ayudarían algunos de sus colaboradores. Pero cuando entregó a su hijo en 1979 la responsabilidad de la compañía, la distinguida dama ocupaba por derecho propio una brillante página de la historia y de la leyenda del Periodismo del siglo XX.”
4 de febrero de 2020: El domingo pasado ví la película "The Post", en Netflix. Su visión me hizo recordar el caso Watergate y el preciado papel jugado por el "Washington Post", editora, director y todo su elenco,en el ejercicio libre y ético de la profesión periodística. Y no sólo de la profesión periodística sino del imprescindible concurso de la independencia del poder judicial.
¡Menuda enseñanza!
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